Le dijeron que nunca entraría a Harvard y así venció a sus detractores
Antonio Copete a sus 17 años ya había representado a Colombia en Australia, Noruega y Canadá en Olimpiadas de Física por sus destacados conocimientos en esa materia, incluso era llamado como ‘el joven dorado’, un apelativo que surgió por las medallas que ganaba en cada competición educativa. La primera vez que salió del país, en 1993, se fijó la meta de estudiar en otro lugar, pues fue consciente de que “el mundo puede ser tan grande o tan pequeño como uno lo quiera”, y al acabar el bachillerato en el colegio Liceo de Cervantes El Retiro, en Bogotá, decidió enviar su solicitud para ser becario al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés).
Allí al bogotano, cuyos padres -Antonio Copete y Gina Villa- llegaron a la capital de Colombia a labrarse un mejor futuro desde Tadó (Chocó) y el Magdalena, lo hicieron sentir como si fuera un “haragán”, pues quien lo atendió en esa universidad le dijo que “cómo era posible imaginar que una persona como él podía lograr algo de esa magnitud”.
El no tajante a su solicitud fue completado con: “está perdiendo su tiempo por creer que cosas como ir a estudiar a una universidad como el MIT es para alguien como usted”.
En ese momento Antonio pensó que no se le permitía soñar y que a veces, por más cosas que se hayan hecho en la vida, se encuentra gente que juzga de maneras desproporcionadas; sin embargo, pese al mal augurio que se le había manifestado, recibió la beca por parte del MIT y en 1996 emprendió una carrera como astrofísico en Estados Unidos que ya completa los 20 años.
Está perdiendo su tiempo por creer que cosas como ir a estudiar a una universidad como el MIT es para alguien como usted.
El joven, en ese entonces con apenas 17 años, sabía que por al menos cuatro años debía separarse de sus padres y dos hermanos, pero en su cabeza siempre retumbó que “nunca se puede tener todo lo que se quiere en un mismo lugar”, y que para alcanzar la formación que soñaba tendría que despegarse de su familia en Bogotá.
De los 1.000 estudiantes que ingresaron al MIT en 1996, Antonio era uno de los 80 internacionales que llegaban a estudiar allí, en ese pequeño grupo estaría su nueva familia para alcanzar un sueño que en Colombia es muy lejano para cientos de jóvenes quienes creen imposible educarse en alguna de las mejores universidades del mundo.
“En Colombia a veces pensamos que salir del país a instituciones como Harvard y el MIT no es algo para nosotros y creo que, casi 20 años después de haberme ido, todavía los jóvenes no lo ven como algo realizable; eso me sorprende porque en la era del internet la información está a solo segundos y no estamos más cerca de vernos como un actor en el contexto internacional en cualquier parte del mundo”, dice Antonio.
En una de sus primeras clases en el MIT, en las que se mezcla la teoría con lo experimental, Antonio vislumbró ya un cambio con lo que se le había dicho en Colombia respecto a sus sueños al recibir asesoría por parte de un viejo docente sobre fuentes de poder, instrucciones sobre las cuales le informó al profesor que ya tenía algunos conocimientos –casi que a manera de desprecio-, pese a ello él lo siguió guiando. A las semanas de clases, el joven iba caminando por la facultad cuando vio colgada en una pared la fotografía de su maestro recibiendo el premio Nobel de Física, se trataba de Henry Kendall, quien logró ese reconocimiento en 1990.
“Es de esos profesores que estimulan desde el primer momento, decía que pese a que uno tuviese 17 años no era inferior a él. Su mensaje era que una de sus misiones era enseñar a gente nueva, un ciclo de estimulación positiva que comienza desde personas a quienes se admira”, cuenta Antonio.
‘El suave prejuicio de las bajas expectativas’
Para Antonio, en el país en ocasiones no se espera mucho de los jóvenes colombianos que vienen de zonas menos privilegiadas, como el Pacífico, región de donde él proviene, por lo que se pone como ejemplo para mostrar que en ningún caso se puede pensar que se es inferiores a muchachos de Bogotá u otras partes de Colombia.
Como a él le ocurrió al tocar puertas en Los Andes, pudo quedarse frustrado ante esa dificultad, pero resistió y luchó por lo que quería, por lo que es consciente que donde se estudia no define quién será en el futuro.
“No necesariamente las gentes que salgan de las mejores universidades son quienes van a tener el mejor desempeño. El 70 por ciento de lo que uno hace en su vida depende de uno, hay un 30 por ciento que no se puede controlar, pero no se puede frustrar con ello”, dice.
Luego de graduarse como físico del MIT, Antonio no quería parar en su ascenso educativo y logró ingresar becado a la también prestigiosa Universidad de Harvard|, donde realizó sus estudios de maestría, doctorado y ahora cursa el posdoctorado entorno a su pasión: la astrofísica de altas energías.
El 70 por ciento de lo que uno hace en su vida depende de uno, hay un 30 por ciento que no se puede controlar, pero no se puede frustrar con ellos.
Por años ha pasado experimentando en sofisticados laboratorios estudiando emisiones de rayos gama, los cuales se ubican en la parta más alta del espectro electromagnético y que no alcanzan a penetrar la atmósfera de la Tierra. La disciplina comenzó su análisis hace unos 60 años e incluso Albert Einstein (1879-1955) no alcanzó a estudiarla, pues aunque hizo predicciones sobre el tema, fue la era satelital la que permitió los avances en esta área, y esta justo empezó a implementar tras su muerte.
Tanta dedicación ayudó a que aportara su grano de arena para el descubrimiento de la Partícula de Dios, en la cual el grupo de altas energías de Harvard contribuyó con conocimientos para la elaboración de los grandes detectores que lograron su hallazgo.
Ese elemento, según Antonio, resuelve cuál es el origen de la masa que tienen las partículas más fundamentales del Universo, que se denominó bosón de
Higgs, por una predicción del investigador Peter Higgs en los años 70.
El trabajo de Antonio también ha estado ligado al Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST, por sus siglas en inglés), donde a través de un reactor nuclear medía cuál es el tiempo de vida media de un neutrón. Estudios para los cuales atrapaban los neutrones en trampas magnéticas que los reducían a temperaturas muy bajas que los congelaban, un ambiente propicio para realizar análisis precisos.
En los últimos años, el científico -que cumplió 40 años- ha contribuido con la Nasa, entidad con la que incluso realizó su tesis doctoral, a través de estudios con el satélite Swift, el cual fue lanzado hace unos 15 años y lleva tres telescopios, uno dedicado a los rayos gama.
“Con el Swift se estudia un fenómeno que se llama brotes de rayos gama, que son algunas de las explosiones más energéticas que se generan en el Universo, muchas de galaxias distantes y que en algunos casos se han generado más cerca del Big Bang que al momento actual”, señala.
Cumplir los sueños
Antonio dice que las cosas no se consiguen haciendo magia y que no se puede tapar con un dedo que Colombia es un país con muchas desigualdades, por lo que hay que agarrarse de las pocas oportunidades que existan y empezar por allí.
“Yo, habiendo pasado por el MIT y Harvard, soy el primero en decir que no necesariamente se debe ir allí para ser un buen profesional. En Colombia se pueden lograr cosas supremamente valiosas”, asegura.
Lo valioso, añade Antonio, es que cierto cambio sí se ha visto en Colombia tras la negativa que tuvo hace 20 años. A la misma Universidad de los Andes, que ahora lidera el programa Quiero Estudiar Pacífico, el año pasado ingresó a estudiar en el departamento de Física la joven chocoana Gloria Guevara, quien buscó en Copete su inspiración para abrirse puertas en ese campo y que con apoyo de esa institución quiere seguir los pasos de su mentor, a quien conoció luego de realizar una visita a Harvard a través del programa Jóvenes Líderes y Excelentes para un Nuevo Chocó, impulsado por el gobierno de ese departamento.
Para Antonio, los jóvenes colombianos deben ser conscientes en que una cosa es el talento y otra es la preparación, por lo que considera que quizá algunas personas de zonas algo apartadas no llegan tan preparados como otros estudiantes, y eso no significa que tenga menor talento.
Sobre los jóvenes que tienen el sueño de estudiar en otro país y ven en el tema económico la principal dificultad, Antonio reseña que las universidades de élite buscan conseguir los mejores talentos del mundo cueste lo que les cueste, por lo que eso puede que no sea un impedimento para intentarlo.
Antonio añade sobre el Pacífico que el país necesita involucrar a sus personas en la toma de decisiones de los proyectos de la región, que desde el centro de Colombia se deje de lado esos ‘suaves prejuicios de las bajas expectativas’, de creer que no son capaces y, por ende, tomar las decisiones por ellos, pues son quienes conocen su territorio, sus fortalezas y cómo se pueden explotar los talentos.
“Por parte de la gente de la región la responsabilidad es propia y eso comienza como coloquialmente se dice: creerse el cuento, ser consciente de que las personas del Pacífico somos capaces de contribuir a Colombia como todos los otros y engancharnos en el aparato productivo, intelectual y económico del país, a pesar de las dificultades”, señala.
El científico Antonio Copete seguirá en los laboratorios de Harvard, tendiendo puentes para otros colombianos que llegan allí y siendo un testimonio de que el talento se puede sobreponer a todo, por lo que su mensaje para los jóvenes colombianos es dejar esa baja “autoestima” y mentalizarse que estudiar en las instituciones más prestigiosas del mundo sí es algo para nosotros.
Desde este año, Copete alternará sus investigaciones sobre rayos gama con la Misión Internacional de Sabios, una iniciativa del Gobierno Nacional con académicos de diversas áreas quienes ayudarán a trazar la ruta para el avance de la ciencia, la tecnología y la innovación.
Fuente: El Tiempo