Dejó su trabajo en un banco suizo para recoger basura en Cartagena

Markus Buser y su esposa, Diana Oviedo, lideran un grupo de voluntarios en la heroica.
Si va por Cartagena no se le haga raro ver de vez en cuando a un misionero suizo de nombre Markus Buser junto a su esposa y a un grupo de jóvenes limpiando de manera gratuita las playas, construyendo letrinas a familias de bajos recursos o pintando fachadas. La escena para muchos es curiosa, para otros es irónica: no se acostumbran del todo a que en medio de tanta indiferencia sea precisamente un extranjero el que invierta su vida y su tiempo para cuidar los recursos que deberíamos cuidar los colombianos.
Pero, cómo termina un suizo haciendo proyectos sociales en Cartagena: la historia es bastante curiosa. Desde niño Markus Buser tenía claro tres sueños: el primero era trabajar en diferentes naciones, el segundo tener una familia grande y el tercero ser inventor de algo que ayudara a cambiar el mundo. Cada año que sumaba a su vida desde que nació en Basilea, Suiza, era un paso dado hacia ese anhelo que rondaba su cabeza.
Siempre fue un soñador, tanto que para muchos era difícil tomárselo en serio. A los 10 años sus padres le regalaron un globo terráqueo para que jamás dejara apagar esa ilusión. Cada noche antes de dormir miraba uno a uno los continentes y se embarcaba en un mundo de aventuras con tan solo cerrar los ojos.
A sus 18 años terminó los estudios técnicos en administración de empresas e ingresó a trabajar en un banco en su ciudad. Cada tres meses estaba en un área diferente de la compañía.
“Fue una etapa de aprendizaje y práctica. Al graduarme entré al departamento de investigación de transferencias perdidas y diariamente usaba varios idiomas en escritos y conversaciones, fue una buena preparación”, cuenta.
Como Basilea era en esa época una ciudad de aproximadamente 200.000 habitantes, con frontera directa con Alemania y Francia, no era extraño toparse en su trabajo con clientes de varios países. El interactuar con diferentes culturas fue su primer entrenamiento.
Sin embargo, no se podía acomodar, aún tenía tres sueños por conquistar y para lograrlo no podía quedarse tras un mostrador.
A las puertas del mundo: bienvenido a Colombia
Latinoamérica, a los ojos de alguien en Suiza parecía un destino tan lejano como desconocido. Para Markus empezó a ser cada vez más llamativo y por eso decidió presentar su solicitud para ser miembro del movimiento ‘Juventud con una misión’ (Jucum), una organización sin ánimo de lucro fundada por Loren Cunningham y su esposa Darlene Cunningham en 1960 y que tiene presencia en unos 165 países.
En respuesta le dieron la posibilidad de embarcarse rumbo a Venezuela. Sin pensarlo mucho, y pese a las dudas de algunos de sus familiares que creían que era demasiado arriesgado, armó maleta, dejó su país, sus seres queridos y su estabilidad económica.
Durante tres meses empezó un entrenamiento básico que mezclaba el aprendizaje teológico con el desarrollo de sus dones de liderazgo, estudios transculturales y el aprendizaje de herramientas para la consejería. Posteriormente, durante dos meses, se dedicó a una práctica profesional directamente con la comunidad.
“En Venezuela conocí a muchos colombianos que me hablaban del sufrimiento de la gente en la guerra. Por eso, cuando supe que Jucum trabajaba con niños en Bogotá no lo dudé y en 1990 viajé por primera vez para unirme a su causa”, recuerda.
Pisar Colombia traía consigo enfrentarse a algunas ideas preconcebidas que había oído en Suiza: que era un país peligroso a causa del conflicto armado y el narcotráfico, que había sido el epicentro de tragedias como la de Armero y que aún no se esclarecía que había pasado tras el ataque al Palacio de Justicia.
Unas semanas fueron suficientes para entender que contrario a eso se encontraba en un país que si bien tiene muchos desafíos, es una tierra llena de personas que aman la vida, hospitalarias, creativas, alegres y emprendedoras. Un lugar maravilloso para quedarse.
Cuando pareja es sinónimo de equipo
Como si se tratara de un plan divino durante su voluntariado en Juan XXIII, un barrio al sur de Bogotá, conoció a la que actualmente es su esposa: Diana Oviedo, una chica colombiana que hizo de la panorámica del aeropuerto que tenía desde la ventana de su casa el recordatorio de que un día dedicaría su vida a viajar para servir a otros y entrenar misioneros que hicieran lo mismo.
En abril de 1991 cruzaron miradas, se conocieron, se enamoraron y en mayo de 1992 se casaron. La decisión no fue tan complicada, pues era como si sus pasos desde que eran unos niños estuvieran predestinados a juntarse pese a la larga distancia.
“Para mí era importante que mi esposa me acompañara en mis planes y sueños, que fuéramos un buen equipo. Al conocernos ambos estábamos dispuestos a ayudar a las personas en donde fuera, en donde Dios nos pusiera”, asegura Buser.
Un suizo muy cartagenero
Uniendo visiones Markus y Diana viajaron a Cartagena invitados por una pareja que les habló de empezar algo nuevo en ese lugar. La pobreza extrema que hay en los barrios lejos de las zonas turísticas fue tan abrumadora que inspiró la creación de Jucum Cartagena.
Su propósito, una mejor ciudad. Su estrategia, empezar con una persona a la vez, al fin y al cabo el mundo no se transforma en un día sino con la sumatoria de buenas acciones.
“Comenzamos ayudando a niños en un barrio muy necesitado de nombre San Francisco. Allí desde hace 25 años trabajamos junto a voluntarios para mantener espacios en donde los habitantes tengan acceso a preescolar y primaria para sus niños”, afirma.
Luego, en 1997, dieron su segundo paso. Se acercaron a la comunidad de Bocachica, preguntaron a los ciudadanos cuáles eran sus necesidades más urgentes y con las respuestas pusieron en marcha un nuevo proyecto.
Como una de las carencias que más mencionaron fue que no tenían baños, averiguaron los costos y construyeron cientos de letrinas para mejorar el nivel de vida de las familias.
En 2007 empezaron a trabajar con jóvenes de las universidades, animándoles a usar sus carreras para aportar a la comunidad y gestaron campañas como “No al machete”, que constaba de una colecta de firmas para acabar con la copia en los parciales. Un mensaje aparentemente sencillo intentaba recordar a los estudiantes que ellos son los profesionales del futuro y que la corrupción empieza con esas pequeñas trampas que se nos vuelven normales.
Además, a través del talento de artistas, emprendieron iniciativas para de manera creativa hacer reflexionar a los ciudadanos sobre las consecuencias de la compra y venta de votos y la corrupción que ejerce el ciudadano de a pie en el día a día.
Bajo el nombre de ‘Cartagena mi hogar’ también comenzaron a movilizar un gran número de voluntarios para que se unieran a Jucum para limpiar diferentes lugares de la ciudad.
Con guantes y tapabocas los días sábados realizan jornadas de aseo en barrios como Manga, Pie de la Popa, Chino, Bazurto y Martínez Martelo y explican a los transeúntes la importancia de no contaminar el medioambiente.
Con los años el número de voluntarios ha aumentado y con ellos el número de proyectos que tienen en curso.
“Actualmente somos unas 100 personas voluntarias a tiempo completo, algunos ya tienen cinco, diez o veinte años trabajando a nuestro lado por amor a Dios y a la sociedad. Obviamente esto es un desafío, no es fácil conseguir recursos para todo y es un milagro que sigamos existiendo y creciendo. Los voluntarios vivimos de apoyadores quienes creen en lo que estamos haciendo y voluntariamente nos apoyan mensualmente o de manera irregular para seguir invirtiendo en otros”, afirma Markus.
Cartagena cuna de misioneros
El trabajo Jucum Cartagena ha tenido tal impacto que jóvenes de diferentes lugares han empezado a ver a esta ciudad como el campo de entrenamiento para ser misioneros.
De hecho, regularmente grupos de cuatro y sietes jóvenes salen tras terminar sus estudios a distintos lugares para servicios sociales durante dos meses. Para septiembre se espera que 20 equipos viajen a algunas zonas de Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Tailandia, Rumania, Bulgaria, Suiza, Italia, Francia y Turquía.
Con sus acciones se han ganado el respeto de la comunidad y los testimonios de cada uno de estos hombres y mujeres han logrado transformar las vidas de personas procedentes de contextos muy difíciles.
Por ejemplo, una de las voluntarias llegó a los 17 años tras crecer en medio del rechazo, la ausencia de sus padres y sufrir fuertes crisis de asma. Actualmente venció la enfermedad y dirige charlas sobre sanidad emocional para la comunidad.
Otro joven ingresó a sus 15 años asegurando que en el futuro sería pandillero. Ahora lidera uno de los proyectos sociales de la organización junto a su esposa.
Se podría decir que detrás de cada voluntario hay una historia de vida y una convicción lo suficientemente fuerte para haber decidido dejarlo todo en un acto atender a un llamado vocacional.
Como Markus, Diana y sus aproximadamente 100 voluntarios hay miles de misioneros en nuestro país y en otros continentes dejándolo todo, incluso algunos arriesgando sus vidas, por amor a otros, demostrando de manera anónima que la fe se traduce en acciones y amor al prójimo .
Fuente: EL TIEMPO